miércoles, 11 de noviembre de 2009

Galayos. Las agujas prometidas


¿Cuántas veces he pasado bajo los Galayos en la tradicional Travesía Invernal del GUM-Salamanca? Hace unos años aún lo sabía, ahora ya he perdido la cuenta. ¿Y cuántas veces habré mirado hacia el Torreón deseando estar en la cima? No se pueden contar.
Hace unas semanas, cargado de motivación, escribí a Alberto para proponerle una visita al galayar, no tardo ni cinco minutos en responderme que sí. No en vano, desde que empezamos a escalar, mucho antes de saber si quiera colocar un friend o un fisurero, habíamos mirado y remirado juntos los croquis de su libro de vías selectas, imaginando cual sería la que seguiríamos para subir al Torreón.



El plan era escoger las clásicas vías sencillas, para ir tomando contacto con el ambiente de la zona. Por eso escogimos hacer el primer día la Sur de la Apretura al Pequeño Galayo más el Gran Diedro del Gran Galayo, y para el segundo día, y ya un poco más rodados, la Sur Directa del Torreón. Se nos unieron Javi Garamond y Fran, que traían un poco más de ambición que nosotros, y pretendían hacer la Oeste del Pequeño Galayo y la Malagón del Torreón.





Después de unas pequeñas dudas para determinar cual era el camino a seguir para ascender al Pequeño Galayo, nos metimos en faena. La escala discurrió tranquila, alternándonos en los largos llegamos hasta la base del bloque cimero. Nos decidimos a probar subir por una fisura que queda a la derecha de la cima. Se veía duro el tema, así que le tocó a Alberto pelearse con ella. Subió los primeros pasos, después dio unos cuantos resoplidos mientras protegía el paso más duro y con decisión salió hacia arriba después de unos movimientos muy bonitos. Luego tuve que recuperar el largo, en ese momento es cuando me arrepentí de lo poco que he entrenado últimamente. Un poco sofocado llegué hasta donde estaba Alberto y de ahí a disfrutar de la cima.
Una vez comimos nos fuimos hacia el Gran Galayo y su famoso diedro. Emulando a Javi decidimos hacerlo de una sola tirada. Me toco a mí tirar de primero ¡Qué sensaciones más impresionantes! Es una pasada verte a más de treinta metros del suelo haciendo esos movimientos tan bonitos sobre las curiosas formas de los cristales de cuarzo incrustados en la pared. Después hicimos un poco de espeleo y por un agujero salimos a la cima, donde nos reencontramos con nuestros colegas. Y haciendo gracias bajamos hasta nuestro vivac.


Había sitio de sobra en el refugio Victory, pero todos preferimos dormir fuera. No queríamos perdernos el atardecer, el placer de ver las estrellas fugaces caer y la impresionante sensación de dormir bajo la negra sombra de las agujas. Organizamos unas jornadas gastronómicas, en vez de una cena, y una tertulia de esas en las que se arregla el mundo en la sobremesa.




A la mañana siguiente cada pareja tomó su camino. Alberto y yo hicimos un ascenso de barrancos a través de la canal de la Aguja Negra hasta la base de la cara Sur del Torreón. Me tocó empezar a mi, un largo muy largo, con una salida “no fácil”, luego un tramo de transición y después unos canalizos muy estéticos y verticales. El segundo largo, es cortito, pero Alberto protestaba por que era un poco rarito. Decidimos hacer en solo largo el diedro que accede a la parte alta de la torre, esta parte de la escalada discurre por un sistema de fisuras muy vertical, y que fuese Alberto el encargado de dárselo. Pesando como proteger cada paso y con la soltura que le caracteriza fue ascendiendo hasta asomarse a la otra cara. Era mi turno, me lo tomé con mucha calma, la mochila tiraba mucho para atrás, como si llevásemos piedras dentro, de vez en cuando un paso alto me hacía sudar tinta, poco a poco alcancé el diedro final, empotrando pies y manos me bamboleé hasta llegar a la reunión ¡Ya falta muy poco! Cambiamos la mochila, puse un pie en cada lado de la brecha, después di un pequeño saltito y ya estaba en la zona de cumbre, gateé por el estrecho paso que conduce a la cima y me puse de pies en ella a recuperar cuerda al estilo de “Las cien de Rebuffat”. Después llegó Alberto y oímos unas voces a nuestros pies. Eran Javi y Fran que estaban a punto de llegar. Para volver al suelo tuvimos que hacer un impresionante rápel por la cara norte y luego unos destrepes entretenidos. El remate del día fue una gran comilona de sobras a la sombra del refugio Victory y una animada bajada por las zetas.




Creo que no se puede exprimir más un fin de semana de montaña: disfrutando de la naturaleza y el aire libre, la comida y las buenas compañías y haciendo realidad sueños largo tiempo deseados ¡Gracias compañeros!


viernes, 6 de noviembre de 2009

"Difficile, no. Pericoloso"

Capítulo 1. Difficile, no. Pericoloso



Por fin nos volvemos a juntar los tres piratas para hacer actividad, y es que una llamada de Adolfo es difícil de rechazar y más si lo que te propone es ir a los Alpes. Después de un largo viaje en avión, tren y teleférico, llegamos al refugio de Torino. Buen lugar para coger forma y ver en que condiciones está la montaña. Empezamos a andar por el Valle Blanco, en dirección a la Tour Ronde, a ver si encontrábamos algo en condiciones, ya que para cualquier actividad que preguntábamos en la casa de la Sociedad de Guías de Courmayeur la respuesta era "Difficile, no. Pericoloso". El macizo de Mont Blanc siempre es impresionante, pero más si lo que te encuentras es todos los glaciares agrietados y las paredes tirando piedras constantemente, es lo que tiene ir a finales de agosto.




Así que una vez que llegamos al col d'Entrèves y viendo factible la Aiguille d'Entrèves (3.600 m), decidimos meternos en su arista haciéndola en dirección SW-NE. Es una cresta muy bonita, fácil, con buen granito, pero bastante aérea. Empiezas entre un caos de bloques, y ya en los primero pasos te das cuenta quien tiene más oficio, y es que César y yo no somos capaces de seguir el ritmo de Adolfo. Pero llegan los pasos difíciles, o mejor dicho los aéreos, así que montamos una reunión, te toca hacer una travesía con el glaciar a tus pies hasta una buena repisa. Desde allí hay que trepar por una fisura que en algunas reseñas dan de 4b, hay unos cordinos de los que te puedes medio fiar y ayudar, pero ya que estás allí mejor darlo en libre. Y en seguida te plantas en la cumbre. Nos damos un respiro para disfrutar de las vistas y los reconfortantes ruidos que hacen las paredes al desmoronarse.







La bajada la complicamos un poco ya que empezamos a destrepar unas canales muy evidentes, pero que cada vez estaban más descompuestas. Por suerte, pudimos recuperar terreno, regresar a la ruta que desciende entre unos grandes bloques y así poco a poco llegar otra vez al glaciar.






Ya solo quedaba volver al refugio, nos lo tomamos con calma, es la primera toma de contacto con la altura y es mejor no malgastar fuerzas que te pueden ser útiles para otro día.






Continuará ...

lunes, 2 de noviembre de 2009

Por el Ocejón en Otoño


Si le comentas a alguién de Guadalajara que te gusta hacer montaña, siempre te dicen "¿Has subido al Ocejón?", por eso yo lo llamo el máximo exponente del alpinismo en Guadalajara. Allí nos dirigimos en nuestra última excursión. Como yo estoy poco productivo últimamente pedí a Dani que escribiese algo sobre ella, aquí os dejo su crónica:



Aunque algunos ya conocíamos aquellos parajes, otros lo descubrían de nuevas. Una gallega y un salmantino en la Sierra de Ayllón no es cosa habitual. La ruta planteada era también novedosa, siendo la intención de hacerla circular con subida incluida al Ocejón (2.049 m).



La jornada empezó tardía por motivos varios pero no sorprendentes. De camino por la carretera, se hizo parada obligatoria en la panadería de Tamajón, donde hacen las mejores tortas del mundo, al menos eso creo. Rozando el mediodía nos encontramos en Majalrayo (1.250 m), muestra adecentada de la Arquitectura Negra de la Sierra. A nuestra gallega aquello le recordaba su tierra.



El comienzo de la senda planteaba dudas. Se debía de tomar el camino correcto, pero no fue el caso. Así que emprendimos camino senda arriba por una antigua pista cada vez más reconquistada por jaras pringosas y brotes de melojo, que fueron dificultando nuestro paso. Por suerte nos acompañaba Tambor, nombre propuesto para un perro del pueblo, que bien habilidoso, nos marcaba el camino en sus corredurías.



En un momento dado nos vimos insertos en el melojar sin rastro evidente del camino. La idea de volver para tomar otro camino resultaba perezosa a sabiendas de la molesta vegetación. Por tanto, con Tambor al frente, resolvimos rastrear hacia arriba para encontrar el roquedo que se empezaba a vislumbrar allende lo arbóreo. El hozado y huella de los jabalíes nos fue de mucha ayuda.

Y por fin salimos del dosel que nos cubría y empezamos a disfrutar de un paisaje de ocres, verdes y grises con Majalrayo y otros pueblos abajo en el valle. Una alfombra de gayuba nos llevaba hasta el collado de la Pradera la Maldita (1.733 m) pero antes había que sortear las primeras placas de gneis y granito del camino. Una vez en el collado, comprobamos cual era el camino correcto de subida. Desde allí se podría continuar por una senda clara camino de Valverde de los Arroyos.


Así que empezamos un ligero descenso entre gayuba, brezo y pies sueltos de melojo. A nuestra derecha el ligero sonar de un pequeño arroyo nos empezó a acompañar. Se atravesó otro arroyo de otoñada espectacular con chopos y serbales, para poco más adelante llegar a Las Chorreras (1.450 m), el conocido salto de agua, aunque de agua justa para esta época. Desde allí ya podríamos ver Valverde, el otro pueblo clásico de la arquitectura del lugar. El disfrute fue máximo, especialmente cuando lo acompañamos de buen queso de tetilla, salchichón, paté y hogaza de pan. Desgraciadamente perdimos aquí a Tambor, del que ya no supimos más. Esperemos que su demostrada habilidad le permitiera volver a casa fácilmente.

La chorrera fue analizada convenientemente antes de iniciar de nuevo camino ascendente. No fue un regalo la subida al Ocejón, debido a los kilómetros ya acumulados, pero a buen ritmo lo alcanzamos. Allí, las nubes nublosas dieron al traste con las vistas cimeras pero dieron un ambiente más adecuado.



Para hacer más divertido el descenso, preferimos crestear entre las cuchillas sobrepuestas de gneis y granito, hasta llegar al collado Cañamarejo (1.798 m),
El descenso se hizo un poco pesado, pero el atardecer alivio el cansancio de piernas y rodillas, con un sol que finalmente se dejó ver al escabullirse bajo las nubes. Ya nos encontramos en la Peña de Los Santos y la noche cayó justo antes de volver al coche.
Bella ruta en el otoño de la sierra de Guadalajara.