A veces hacemos cosas muy raras. Hay días que te preguntas ¿Qué hago yo aquí? ¿Por que me subo por este sitio? ¿De verdad me gusta pasar tanto frío? ¿Me sostendran las piernas cuando me vuelva a poner la mochila? Y en resumen ¿Quién me manda a mi meterme en estos berenjenales? Os voy a contar el lío en el que nos metimos Fran y yo hace un par de fines de semana para que entendaís que es lo que quiero decir.
El viernes por la tarde salimos de Madrid y sobre las ocho ya estábamos camino del refugio Elola. Nuestra idea era pasar el fin de semana en el Circo haciendo algunas escaladas.
A las cinco y media sonó el despertador, al rato salimos intentando hacer el menor ruido posible, ya que a nadie se le había ocurrido salir en horas tan intempestivas. Con los primeros rayos de sol llegábamos al pie de la Norte del Almanzor. El primer largo lo vimos más fácil que nunca, así que seguimos del tirón y sin sacar la cuerda. Al girar a la derecha apareció la famosa cascada, en los últimos años había pasado por allí dos veces y nunca la ví formada. No quisimos desperdiciar la oportunidad de pinchar el hielo y nos fuímos a por ella. La verdades es que fue más fácil de lo que esperábamos, tenía escalones y todo. Seguramente, quien paso más apuros en ese momento no fuí yo que escalaba de primero, sino Fran que tiritaba de frío mientras me aseguraba. De aquí a la cima solo nos restaba un corredor de nieve que superamos sin problemas.
Mientras preparábamos el rapel para bajar de la cumbre Fran perdió un guante que se deslizó por las Canales Oscuras abajo, estaban convertidas en hielo puro, así que después de un pequeño destrepe hasta el pie del Cuerno del Almanzor desistimos de verlo nunca más. Entoces comenzamos un rápido descenso por la ruta normal. Tan solo era medio día y nuestra mente enferma empezó a tramar ¿Y si rematábamos la jornada haciendo la actividad prevista para el día siguiente?
Solo para mirar nos acercamos hasta el pie de la cascada de La Araña, dando la casualidad de que allí estaban unos amigos de Fran que se estaban preparando para darle. Así que nos unimos a ellos. Fran resolvió el primer largo, paso algún pequeño apuro cuando se dio cuenta de que con una cuerda de 60 metros no se llega a la reunión y hay que terminar al emsamble, pero la verdad es que lo hizo con bastante dignidad para ser la primera vez que se metía en un largo de hielo. Para el segundo largo nos encordamos a los colegas de Fran, el tiempo corría y no era buen plan eternizarse. Después nos separamos, nosotros nos dirigimos hacia la Canal Fácil, para salir lo más rapidamente posible, y ellos se fueron hacia la Canal de los Diedros.
Derrengados bajamos por la canal de la Portilla de los Machos y subimos a recuperar nuestras mochilas en la base La Araña, desde allí volvimos al refugio. Aunque solo para hacernos una sopa caliente y rehacer la mochila, pues al rato ya estábamos de nuevo caminando hacia la plataforma. A paso tortuga subimos y bajamos los Barrerones. A las diez de la noche y a diez grados bajo cero estábamos listos para volver a Madrid.
Fue como si recuperásemos un día, como Phileas Fogg en su vuelta al mundo en 80 días. El domingo amanecimos en casa con nuestros seres queridos y el jet lag nos duro casí toda la semana.