Tresmil metros de altura, vivac sobre la nieve y algún pasito técnico, esos son los ingredientes que Dani me pedía para nuestra ya tradicional escapada primaveral a Pirineos. Rápidamente nos vino a la cabeza una actividad de las grandes, la Norte de Monte Perdido.
Al poco de salir del aparcamiento nos llevamos una sorpresa, un gran alud había arrasado el puente de la pista de los Llanos de la Larri. Por suerte, el alud era grande de verdad, tanto que había cubierto todo el barranco del río y se podía andar sobre el. Lo llamamos el neoglaciar del Cinca, incluso tenía grietas. Seguramente según avance la temporada se convierta en un punto peligroso.
Sin prisa pero sin pausa, fuimos remontando el cuestón que lleva hasta el Balcón de Pineta. Tuvimos alguna duda acerca de por donde discurría el camino, ya que a menudo se perdía en los neveros, pero tirando de memoria y de intuición fuimos encontrando los puntos débiles por los que pasa la ruta, hasta conseguir plantarnos bajo el Embudo. La nieve ya estaba bastante blanda, una piedra había caído desde el lado izquierdo dejando un gran surco en el centro del embudo y unas cornisas asomaban a la parte superior del muro que lo cierra. Un panorama nada alagüeño. Caminando lo más rápido que nos permitía la pendiente y la pesada mochila, conseguimos salir de la trampa sin ningún problema ¡Ya estábamos en el Balcón de Pineta! Frente a nosotros estaba la gran muralla que forman el Monte Perdido y el Cilindro, y a nuestra espalada los Astazou, que pese a ser unos monstruos de tresmil metros en comparación parecían pequeñitos.
Buscamos un lugar solitario, resguardado y con buenas vistas para poner nuestra tienda de vivac. Tras excavar y alisar una plataforma nos dispusimos a fijar la tienda en la nieve, para ello ideamos un sistema similar a un aseguramiento con piolet enterrado: atamos las clavijas con cordinos y las enterramos perpendicularmente. Por lo menos no se salían, aunque no se sabe que habría pasado si hubiese hecho un poco de viento. Después, nos pusimos manos a la obra para conseguir un poco de agua. Toda la tarde tuvimos encendido el hornillo para conseguir tres litros de agua, medio litro de sopistant y un sobre de pasta china a medio hacer. Con el estomago más medio vacio que medio lleno nos fuimos a la cama antes de que se hiciese de noche. Precisamos de una buena organización para la maniobra, primero uno y después otro, el tamaño de la tienda no permitía muchos alardes.
Al amanecer nos pusimos en marcha, no había helado aquella noche y nada más salir de la tienda ya estábamos abriendo huella. Llegamos bajo el serac que señala la entrada del corredor inicial, una marcada huella subía por él y esa fue la tónica de la ascensión. Pasito a pasito, de huella en huella fuimos remontando la pendiente. Reconozco que sin huella y helado habría resultado impresionante, pero en esas condiciones no era más que un ejercicio físico. Salimos a la zona del primer glaciar, el ambiente es espectacular, hacia abajo ya tienes un patio bien majo y hacia arriba todavía te queda un buen rato, se siente la sensación de estar metido en una gran montaña. Cruzamos esta zona en travesía sin grandes problemas y nos dispusimos a encarar la última pendiente. Dicurre por una pala más empinada que el primer corredor, aunque con la huella se convierte en un ejercicio físico más grande todavía, eso si cuando miras para abajo ya no te giras tranquilamente, sino que miras de refilón no sea que vayas a cometer la última torpeza de tu vida. Justo antes de llegar a la arista cimera se estrecha un poco y entonces aparece el hielo. Solo fueron unos pocos metros, pero con buen hielo y en suficiente cantidad como para disfrutar de una bonita escalada. Ya sólo quedaba encarar las últimas pendientes para llegar a la cima, el ambiente era de estar alcanzando una gran cumbre. Casi sin darnos cuenta al doblar un recodo estábamos arriba. A nuestros pies se veía el impresionante valle de Ordesa y rodeándonos las otras cimas de la zona, todas empequeñecidas entorno al Perdido.
La bajada por la Escupidera tenía más miga de la que parecía, estaba bastante helada y la pendiente está orientada hacia el vacío. Bajamos con cuidadito, sobretodo después de ver el susto que se llevo uno que iba por delante de nosotros. Remontamos más rápido de lo esperado hasta el collado del Cilindro y bajamos mucho más despacio de lo deseado hasta la chimenea de la cara norte. A esas horas el sol pegaba con ganas y la nieve estaba muy blanda y te hundías hasta las rodillas. Encontramos una roca sobre la que escurría el agua del deshielo, nos liamos a besos con ella hasta que saciamos nuestra sed. Después nos tiramos por las pendientes provocando pequeños aludes, hasta llegar a nuestra tienda. Desmontamos el tinglado y nos comimos nuestras últimas migajas, mientras veíamos como pesados ríos de nieve se deslizaban por las laderas del Monte Perdido y del Cilindro.
Ahora teníamos que bajar hasta Pineta. Otra vez había que cruzar el famoso Embudo, además a una hora más tardía que el día anterior. La ladera estaba atravesada por varios desprendimientos nuevos, la nieve estaba muy blanda y las cornisas seguían amenazando con caer en cualquier momento. Apretamos los dientes para bajar lo más rápido que pudimos y ponernos a cubierto sin llevarnos ningún susto. En ese momento nos asomamos al valle, por las laderas del lado sur no cesaban de caer grandes aludes, por suerte nosotros bajábamos justo por el lado contrario, que esta mucho más despejado de nieve. Desandar el camino hasta la furgo se hizo largo, pero las maravillas del valle de Pineta nos compensaron el esfuerzo.
En resumen una actividad de alta montaña en plena primavera, que nos hizo acordarnos mucho de los amigos que se la habían perdido por no poder venir ¡Una de las grandes!