Hace unas semanas, cargado de motivación, escribí a Alberto para proponerle una visita al galayar, no tardo ni cinco minutos en responderme que sí. No en vano, desde que empezamos a escalar, mucho antes de saber si quiera colocar un friend o un fisurero, habíamos mirado y remirado juntos los croquis de su libro de vías selectas, imaginando cual sería la que seguiríamos para subir al Torreón.
El plan era escoger las clásicas vías sencillas, para ir tomando contacto con el ambiente de la zona. Por eso escogimos hacer el primer día la Sur de la Apretura al Pequeño Galayo más el Gran Diedro del Gran Galayo, y para el segundo día, y ya un poco más rodados, la Sur Directa del Torreón. Se nos unieron Javi Garamond y Fran, que traían un poco más de ambición que nosotros, y pretendían hacer la Oeste del Pequeño Galayo y la Malagón del Torreón.
Después de unas pequeñas dudas para determinar cual era el camino a seguir para ascender al Pequeño Galayo, nos metimos en faena. La escala discurrió tranquila, alternándonos en los largos llegamos hasta la base del bloque cimero. Nos decidimos a probar subir por una fisura que queda a la derecha de la cima. Se veía duro el tema, así que le tocó a Alberto pelearse con ella. Subió los primeros pasos, después dio unos cuantos resoplidos mientras protegía el paso más duro y con decisión salió hacia arriba después de unos movimientos muy bonitos. Luego tuve que recuperar el largo, en ese momento es cuando me arrepentí de lo poco que he entrenado últimamente. Un poco sofocado llegué hasta donde estaba Alberto y de ahí a disfrutar de la cima.
Una vez comimos nos fuimos hacia el Gran Galayo y su famoso diedro. Emulando a Javi decidimos hacerlo de una sola tirada. Me toco a mí tirar de primero ¡Qué sensaciones más impresionantes! Es una pasada verte a más de treinta metros del suelo haciendo esos movimientos tan bonitos sobre las curiosas formas de los cristales de cuarzo incrustados en la pared. Después hicimos un poco de espeleo y por un agujero salimos a la cima, donde nos reencontramos con nuestros colegas. Y haciendo gracias bajamos hasta nuestro vivac.
Una vez comimos nos fuimos hacia el Gran Galayo y su famoso diedro. Emulando a Javi decidimos hacerlo de una sola tirada. Me toco a mí tirar de primero ¡Qué sensaciones más impresionantes! Es una pasada verte a más de treinta metros del suelo haciendo esos movimientos tan bonitos sobre las curiosas formas de los cristales de cuarzo incrustados en la pared. Después hicimos un poco de espeleo y por un agujero salimos a la cima, donde nos reencontramos con nuestros colegas. Y haciendo gracias bajamos hasta nuestro vivac.
Había sitio de sobra en el refugio Victory, pero todos preferimos dormir fuera. No queríamos perdernos el atardecer, el placer de ver las estrellas fugaces caer y la impresionante sensación de dormir bajo la negra sombra de las agujas. Organizamos unas jornadas gastronómicas, en vez de una cena, y una tertulia de esas en las que se arregla el mundo en la sobremesa.
A la mañana siguiente cada pareja tomó su camino. Alberto y yo hicimos un ascenso de barrancos a través de la canal de la Aguja Negra hasta la base de la cara Sur del Torreón. Me tocó empezar a mi, un largo muy largo, con una salida “no fácil”, luego un tramo de transición y después unos canalizos muy estéticos y verticales. El segundo largo, es cortito, pero Alberto protestaba por que era un poco rarito. Decidimos hacer en solo largo el diedro que accede a la parte alta de la torre, esta parte de la escalada discurre por un sistema de fisuras muy vertical, y que fuese Alberto el encargado de dárselo. Pesando como proteger cada paso y con la soltura que le caracteriza fue ascendiendo hasta asomarse a la otra cara. Era mi turno, me lo tomé con mucha calma, la mochila tiraba mucho para atrás, como si llevásemos piedras dentro, de vez en cuando un paso alto me hacía sudar tinta, poco a poco alcancé el diedro final, empotrando pies y manos me bamboleé hasta llegar a la reunión ¡Ya falta muy poco! Cambiamos la mochila, puse un pie en cada lado de la brecha, después di un pequeño saltito y ya estaba en la zona de cumbre, gateé por el estrecho paso que conduce a la cima y me puse de pies en ella a recuperar cuerda al estilo de “Las cien de Rebuffat”. Después llegó Alberto y oímos unas voces a nuestros pies. Eran Javi y Fran que estaban a punto de llegar. Para volver al suelo tuvimos que hacer un impresionante rápel por la cara norte y luego unos destrepes entretenidos. El remate del día fue una gran comilona de sobras a la sombra del refugio Victory y una animada bajada por las zetas.
Creo que no se puede exprimir más un fin de semana de montaña: disfrutando de la naturaleza y el aire libre, la comida y las buenas compañías y haciendo realidad sueños largo tiempo deseados ¡Gracias compañeros!