lunes, 2 de noviembre de 2009

Por el Ocejón en Otoño


Si le comentas a alguién de Guadalajara que te gusta hacer montaña, siempre te dicen "¿Has subido al Ocejón?", por eso yo lo llamo el máximo exponente del alpinismo en Guadalajara. Allí nos dirigimos en nuestra última excursión. Como yo estoy poco productivo últimamente pedí a Dani que escribiese algo sobre ella, aquí os dejo su crónica:



Aunque algunos ya conocíamos aquellos parajes, otros lo descubrían de nuevas. Una gallega y un salmantino en la Sierra de Ayllón no es cosa habitual. La ruta planteada era también novedosa, siendo la intención de hacerla circular con subida incluida al Ocejón (2.049 m).



La jornada empezó tardía por motivos varios pero no sorprendentes. De camino por la carretera, se hizo parada obligatoria en la panadería de Tamajón, donde hacen las mejores tortas del mundo, al menos eso creo. Rozando el mediodía nos encontramos en Majalrayo (1.250 m), muestra adecentada de la Arquitectura Negra de la Sierra. A nuestra gallega aquello le recordaba su tierra.



El comienzo de la senda planteaba dudas. Se debía de tomar el camino correcto, pero no fue el caso. Así que emprendimos camino senda arriba por una antigua pista cada vez más reconquistada por jaras pringosas y brotes de melojo, que fueron dificultando nuestro paso. Por suerte nos acompañaba Tambor, nombre propuesto para un perro del pueblo, que bien habilidoso, nos marcaba el camino en sus corredurías.



En un momento dado nos vimos insertos en el melojar sin rastro evidente del camino. La idea de volver para tomar otro camino resultaba perezosa a sabiendas de la molesta vegetación. Por tanto, con Tambor al frente, resolvimos rastrear hacia arriba para encontrar el roquedo que se empezaba a vislumbrar allende lo arbóreo. El hozado y huella de los jabalíes nos fue de mucha ayuda.

Y por fin salimos del dosel que nos cubría y empezamos a disfrutar de un paisaje de ocres, verdes y grises con Majalrayo y otros pueblos abajo en el valle. Una alfombra de gayuba nos llevaba hasta el collado de la Pradera la Maldita (1.733 m) pero antes había que sortear las primeras placas de gneis y granito del camino. Una vez en el collado, comprobamos cual era el camino correcto de subida. Desde allí se podría continuar por una senda clara camino de Valverde de los Arroyos.


Así que empezamos un ligero descenso entre gayuba, brezo y pies sueltos de melojo. A nuestra derecha el ligero sonar de un pequeño arroyo nos empezó a acompañar. Se atravesó otro arroyo de otoñada espectacular con chopos y serbales, para poco más adelante llegar a Las Chorreras (1.450 m), el conocido salto de agua, aunque de agua justa para esta época. Desde allí ya podríamos ver Valverde, el otro pueblo clásico de la arquitectura del lugar. El disfrute fue máximo, especialmente cuando lo acompañamos de buen queso de tetilla, salchichón, paté y hogaza de pan. Desgraciadamente perdimos aquí a Tambor, del que ya no supimos más. Esperemos que su demostrada habilidad le permitiera volver a casa fácilmente.

La chorrera fue analizada convenientemente antes de iniciar de nuevo camino ascendente. No fue un regalo la subida al Ocejón, debido a los kilómetros ya acumulados, pero a buen ritmo lo alcanzamos. Allí, las nubes nublosas dieron al traste con las vistas cimeras pero dieron un ambiente más adecuado.



Para hacer más divertido el descenso, preferimos crestear entre las cuchillas sobrepuestas de gneis y granito, hasta llegar al collado Cañamarejo (1.798 m),
El descenso se hizo un poco pesado, pero el atardecer alivio el cansancio de piernas y rodillas, con un sol que finalmente se dejó ver al escabullirse bajo las nubes. Ya nos encontramos en la Peña de Los Santos y la noche cayó justo antes de volver al coche.
Bella ruta en el otoño de la sierra de Guadalajara.

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