Después del primer contacto era hora de descubrir el macizo del Mont Blanc de verdad, y que mejor lugar que el refugio de Couvercle, en pleno meollo. Y es que es una fiesta para la vista, entre las Jorasses, la Aiguille Verte, Les Droites, Les Courtes y compañía.
Como siempre partimos de Chamonix, esta vez en el tren cremallera de Montenvers, que te lleva hasta la Mer de Glace, y como no, en la aproximación al refugio nos tocaba mal tiempo. La Mer de Glace es un hormiguero de hielo, en el que las personas se dirigen en hileras a las grietas. Y es que es un buen sitio para aprender a hacer escalada en hielo.
Nosotros a lo nuestro y poco a poco remontamos el glaciar hasta las famosas Egralets, que son unas escaleras que están clavadas en la roca y que con agua escurriendo por todas partes dan risa. Y si más contratiempos llegamos al refugio, donde por unos momentos salió el sol y nos permitió disfrutar del lugar y lo que era más importante secar la ropa.
En plena noche salimos para Les Courtes, buscando el camino de bajada al glaciar de Talèfre y después ponemos rumbo al gran corredor que lleva al Col de la Tour des Courtes. Y es aquí donde empiezas a sufrir ya que te enfrentas a una subida que en algunos momentos llega a los 40º y supera 870 metros de desnivel, terminando con un gran flanqueo a la derecha. En esto estábamos con Alberto a la cabeza imponiendo un fuerte ritmo, al menos para mí, cuando me pasó el señor del mazo y me dejó noqueado. Menos mal que llegó César al rescate con una botella de agua y marcando ritmo conseguimos llegar al collado sin perder mucha comba. Todas estas penurias se vieron compensadas por el magnífico amanecer en el Mont Blanc y en las Grandes Jorasses.
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