lunes, 18 de enero de 2010

Soledad en Bionnassay



Capítulo 3. Soledad en Bionnassay

Estaba claro, con un calor que todo lo funde, derrumbamientos de piedras por doquier y grietas inmensas en los glaciares había que subir muy alto para pisar nieve escalable, así que nos decidimos por la Aiguille de Bionnassay (4052 m).



Para comenzar la aproximación, una vez más, teníamos que hacer un encaje de bolillos de autobuses, trenes y teleféricos. Y una vez más, a todo correr, conseguimos llegar a la estación superior de Bellevue (1801 m). Nuestro plan era ascender hasta el col de Tricot (2120 m) y desde allí acceder al refugio de Plan Glacier (2700 m). Sobre el mapa parecía sencillo, pero llegar hasta el col de Tricot vestidos de montañeros y cargados con el material se hizo duro, quedando el camino bien empapado de goterones de sudor. Una vez allí tomamos un sendero solo para montañeros experimentados, tal y como rezaba el cartel que había a su entrada. Se trata de un sube-baja constante con algunos pasos de trepada equipados y un ambiente increible, muy recomendable para personas que desean superar su miedo a las alturas. Y así llegamos al refugio, un nido de aguila construido en madera ¡El auténtico refugio de los pioneros!





Era mediodía, demasido temprano para nosotros, que en este viaje acostumbrábamos a llegar justitos a la cena, así que nos resistimos a la tentación de quedarnos allí y seguimos hasta el refugio de Durier (3369 m). Tomamos un camino para montañeros más expirimentados todavía y llegamos al glaciar de Miage. Para nuestra sorpresa, estaba en peores condiones que todos los que habíamos cruzado durante el resto del viaje. Por suerte para nosotros, la gran caverna que se había formado en el contacto con la roca se había derrumbado en un punto, y justo por ahí nos metimos en aquel coladero. Así llegamos a una zona cubierta de nieve papa, lo que nos hizo avanzar con mucha precaución ya que no sabíamos lo que podía haber debajo, y justo en ese momento se desprendió una piedra teledirigida que Adolfo consiguió esquivar como un torero y que casi alcanza a Pablo por la gran parábola que describió. Por fin alcanzamos el espolón por el que se accede al refugio, para que no pensásemos que con hacer los 500 metros de desnivel que quedaban sería suficiente se puso a llover.



Estábamos en el refugio, pero no habíamos llegado a la cena, el guarda se había marchado hacia dos días y estábamos solos. Nos dedicamos a esquilmar la despensa, a beber agua de lluvia recogida en un barreño y a disfrutar del privilegio de estar en un lugar tan impresionante. Nos metimos a dormir los tres muy juntitos para estar descansados para el día siguiente.



Costó mucho levantarse, la paliza del día anterior nos pasaba factura. Nos comimos un pastel de chocolate y plátano que dejó el guarda y nos pusimos en marcha. Grandes desprendimientos nos saludaron desde las Domes de Miage. Enseguida cogimos altura y siguiendo las huellas de un zorrillo, entre tramos de arista, llegamos a un espolón rocoso. Le dimos un par de vueltas antes de encontrar la ruta correcta de ascenso y nos metimos en faena, la buena calidad de la roca nos permitía escalar en ensamble y a Adolfo marchar solo por delante. Poco a poco y después de algunos pasos bonitos aparecimos en la cumbre de la Aiguille de Bionnassay (4052 m). 



 

Pero la fiesta no hacía más que comenzar, nos esperaba por delante una fina arista de medio kilómetro con un impresionante serac colgado. La mala calidad de la nieve nos lo puso muy difícil. A ratos avanzábamos en travesía por un lateral, a ratos a caballo por la arista y a ratos abrazados a la cornisa, el tiempo pasaba muy despacio y poco a poco el calor se hacia insoportable, hasta que conseguimos llegar a un filo rocoso. Fue un gran alivio y a partir de entonces conseguimos andar a un ritmo razonable. Después de lo vivido los filos que protegen el acceso al Piton des Italiens (4002m) ya no nos impresionaban, andabamos por encima como si tal cosa. 


  
A partir de ahí ya no había dificultad técnica, pero si hubo que abrir una buena huella hasta la cima de la Dôme du Goûter (4304 m).Ya solo nos quedaba trotar, y a ratos galopar, hacia abajo, primero a Goûter (3817 m) y luego a Tête Rousse (3167 m), donde llegamos una vez más justitos para cenar.



Habíamos ido donde a nadie se la había ocurrido con semejantes condiciones, habíamos hecho la actividad más técnica y dura de nuestra vida y habíamos terminado la parte deportiva de nuestro viaje.


  
Fin

4 comentarios:

Alberto dijo...

Una ruta a la altura de grandes montañeros consumados!!! Enhorabuena!

GARAMOND dijo...

Jodo, amigo!! Vaya aventura. Llamarme cagon si kereis pero creo ke tengo ke aprender muchas cosas antes de plantearme subir por encima de los 3000m, y ademas con nieve, frio, trepadas en roca, jornadas maratonianas...... Ke grandes sois!!

César dijo...

La verdad es que para unos pipiolos como nosotros fue una actividad impresionante. Menos mal que Adolfo se curro la huella de la cresta cimera, sino no se como nos habríamos bajado de allí.
Gracias a los dos por leernos y comentar

Manuel Santervás dijo...

Tendré que salir yo a decir que de pipiolos nada, si os comparáis con Adolfo pues si estáis un poco por debajo... pero no se puede decir que hayáis hecho una actividad de novatos ni mucho menos. Enhorabuena.